Y tu… ¿Qué haces ahí mirando al cielo?
La Ascensión de Jesucristo es garantía de nuestra propia subida al Cielo, después del Juicio de Dios.
El día de la Ascensión se celebra tradicionalmente en “Jueves”, que es el cuadragésimo día desde el primer día de Pascua. Sin embargo, ya en la mayoría de lugares y Diócesis, se ha trasladado al domingo siguiente, y por ello ahora lo conocemos Domingo de la Ascensión del Señor.
Según el Nuevo Testamento, Jesucristo se reunió varias veces con sus discípulos durante los 40 días después de su resurrección, con el fin de instruirlos sobre cómo llevar a cabo sus enseñanzas. Se cree que el día 40, los llevó al Monte de los Olivos, donde los discípulos vieron cómo ascendía al cielo.
A partir del siglo IV, la Iglesia fijó esta fecha, cuarenta días después de la Pascua, como la Solemnidad de la Ascensión del Señor a los Cielos. La intención es claramente, replicar los cuarenta días de la Cuaresma: ¡tras cuarenta días de oración y ayuno, cuarenta de fiesta y alegría! Con gran rapidez la tradición cristiana situó la Ascensión en el Monte de los Olivos, un jardín frente a la ciudad de Jerusalén y lugar de encuentro habitual de Jesús con sus discípulos. ¡La tradición dice que incluso se pueden ver las huellas de los pies de Jesús en el peñasco de la aparición!
El momento de subida es correlatico a un momento de descenso: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre» (Juan 3,13). El Hijo de Dios que bajó del cielo en su Encarnación, sin dejar de ser verdaderamente Dios, se hizo, para siempre, verdaderamente hombre. Su cuerpo humano y su alma humana, unidas a la única Persona del Verbo, entran definitivamente en gloria de Dios. Y allí, el Señor sigue ejerciendo permanentemente su sacerdocio, ya que está vivo para interceder a favor nuestro (cf Hebreos 7,25).
Para nosotros esta solemnidad es, además de un motivo de alegría, un motivo de esperanza y de compromiso. La esperanza es «estar junto a Cristo», en quien nuestra naturaleza humana ha sido tan extraordinariamente enaltecida que participa de la misma gloria de Dios. Y el compromiso es colaborar para que el reino del Mesías, entronizado a la derecha del Padre, se extienda en este mundo mediante el anuncio y la realización de la salvación por la palabra y los sacramentos.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 1, 1-11
En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les recomendó:
– «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.»
Ellos lo rodearon preguntándole:
– «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»
Jesús contestó:
– «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.»
Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
– «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»
Palabra de Dios
A estos hombres que veían como el Maestro, el amigo Jesús, el resucitado de entre los muertos, el que había pasado cuarenta días con ellos después de haberlo visto morir en la cruz un día viernes, hablando y comiendo con ellos… se iba, como ya les había dicho, terminada su misión a volver con el Padre… pero también que un día volvería…
Acababan de recibir una llamada de atención. Ya no podían «quedarse mirando al cielo»
Había que dejar la contemplación, el estar ensimismados, absortos, pensativos y ponerse alertas, decididos, enérgicos, firmes, valientes e intrépidos. Así fue como comenzó todo.
¿No será eso mismo lo que Dios nos está pidiendo aquí y ahora, en este momento de nuestras vidas, con las circunstancias en que la vida nos ha colocado a cada quién ?
Desde hace años la tradicional solemnidad de la Ascensión, pasa a celebrarse al séptimo domingo de pascua por exigencias de ajuste del calendario litúrgico con el civil.
Antaño era conocido el dicho “tres jueves tiene el año, que relucen más que el sol; Jueves Santo, Corpus Christy y el día de la Ascensión” y este era uno de los tres jueves.
La Ascensión pone punto y aparte, en la vida terrenal de Jesús entre nosotros.
Celebramos en la fe el estado glorioso de Jesús de Nazaret, sentado a la derecha del Padre en el cielo.
Celebrar la Ascensión del Señor no es quedarse estáticos contemplando el azul celeste o mirando las estrellas. No es suspirar por un cielo y tierra nuevos. Todos necesitamos ascender, subir en la fe, en la esperanza y en el amor. Paradójicamente, ascendemos mejor cuando más descendemos, somos ciudadanos del cielo cuando en la tierra caminamos comprometidos en las exigencias del Evangelio. Cristo ha ascendido a los cielos porque antes descendió, obediente a la voluntad del Padre, hasta la verdad del desprecio, de la condena y de la muerte.
La Ascensión es sobre todo un envío y un compromiso en la Iglesia. Con realismo cristiano hay que vivir en el mundo transcendiendo todo, bautizando siempre, predicando el Evangelio en cualquier circunstancia, bendiciendo a todos y dando testimonio de cuánto hemos visto en la fe. Si levantamos los ojos para ver a Cristo que asciende, es para saber mirar a los hombres y reconocerlos como hermanos, y a la vez acrecentar nuestro deseo del cielo.
Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas.
Pueblos todos batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.
Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad.
Porque Dios es el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.
Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas
Jesús, el Cristo, el Ungido, ascendió a los cielos, a la Casa del Padre y el Hijo de Dios hizo lo que tenía que hacer antes de volver al definitivo Reino de su Padre.
Antes de ascender a los cielos, Jesús, Hijo de Dios, pide a sus discípulos que no dejen Jerusalén porque desde ahí tendrán que empezar a cumplir la misión para la que los había preparado durante aquellos años. Era muy importante que siguiesen al pie de la letra aquello que les estaba diciendo porque a partir de aquel mismo momento el Reino de Dios iba a extenderse por todo el mundo conocido y, desde entonces, también, al que ni siquiera sabían que existía.
Poco importa para aquellos, para otros y para nosotros mismos, conocer o saber cuándo será el momento del regreso de Cristo. En realidad, lo que nos debe importar es estar preparados para tal momento por si es mañana mismo. Y aquellos que escucharon lo que decía Jesús lo único que tenían que saber es que el Espíritu Santo les daría, pronto, la fuerza necesaria para cumplir con aquello que les estaba diciendo. Así mismo debiéramos hacer nosotros. Cumplir con todo lo que Jesús nos ha enseñado y transmitido a través de los tiempos.
Conclusión del santo evangelio según san Mateo 28,16-20
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, paro algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»
Palabra del Señor.
Cristo asciende a los cielos pero no para no volver nunca sino para estar presente entre nosotros siempre y, por eso mismo, era tan importante que los que le escuchaban llevaran a la práctica el transmitir su mensaje al mundo.
En realidad, que Jesús ascendiera a los cielos era una parte importante de su vida en la tierra. Se marchaba porque así estaba escrito en el corazón de Dios y por eso mismo es tan real, la esperanza que tenemos en el Creador y en su Amor. Y por eso mismo la Ascensión del Señor es tan importante.
Al respecto de la importancia que tiene no sólo la celebración de la Ascensión del Señor sino la comprensión de lo que significa para los creyentes, Benedicto XVI, en el Regina Coeli del domingo 4 de mayo de 2008 en el que se celebraba tan importante momento espiritual, dijo que “En sus discursos de despedida a los discípulos, Jesús insistió mucho en la importancia de su ‘regreso al Padre’, coronamiento de toda su misión. En efecto, vino al mundo para llevar al hombre a Dios, no en un plano ideal —como un filósofo o un maestro de sabiduría—, sino realmente, como pastor que quiere llevar a las ovejas al redil. Este ‘éxodo’ hacia la patria celestial, que Jesús vivió personalmente, lo afrontó totalmente por nosotros.
Por nosotros descendió del cielo y por nosotros ascendió a él, después de haberse hecho semejante en todo a los hombres, humillado hasta la muerte de cruz, y después de haber tocado el abismo de la máxima lejanía de Dios.
Precisamente por eso, el Padre se complació en él y lo ‘exaltó’ (Flp 2, 9), restituyéndole la plenitud de su gloria, pero ahora con nuestra humanidad. Dios en el hombre, el hombre en Dios: ya no se trata de una verdad teórica, sino real. Por eso la esperanza cristiana, fundamentada en Cristo, no es un espejismo, sino que, como dice la carta a los Hebreos, “en ella tenemos como una ancla de nuestra alma” (Hb 6, 19), una ancla que penetra en el cielo, donde Cristo nos ha precedido.”